Autumn cleaning time…
Cada nuevo ciclo en la vida implica cerrar el anterior y ella lo sabe a la perfección, sabe que hacer limpieza es una tarea pesada a la que huye todo el tiempo, pero sabe que es la única forma de terminar para volver a comenzar.
Las noches anteriores a esta definitiva, ella sentía una ansiedad incontenible que la llevaba a pasar largas horas dentro del monitor de esa computadora con la que se comunicaba con el exterior. Siempre anhelante, asechante… sin muchas ganas de salir a la luz, sin ganas de comer, de moverse, de volver a respirar. Todo olía a putrefacción, a polvo, a viejo… llegó a pensar que tal vez ella estaba muerta… pero la incansable soledad que la perseguía por todos los rincones de esa vieja casa la traía de vuelta al mundo de los vivos sólo para arrojarle en la cara la más terrible verdad de sus días: estoy sola…
En un mal momento, las voces que le escribían del otro lado del monitor se quedaron calladas. Pasaron algunos días hasta que el silencio terminó por acompañar a la maldita soledad. No volvieron a decir cosas buenas acerca de ella, ni cosas desagradables, simplemente guardaron silencio y para ella fue lo peor que pudo suceder… fue cuando decidió salir a buscarles.
Las hojas del otoño vagaban por las calles vacías y frías, adornando de paso la oscuridad de la noche con sus reflejos en tonos ocre. Ella caminaba, sólo eso. Caminó y caminó, al parecer sin rumbo, sin detenerse, sin hablar con los postes de luz amarilla que la saludaban en cada esquina. Caminaba… con la mirada fija –o perdida– en el horizonte limitado de las calles entrecortadas de la ciudad. ¿Qué buscaba? ¿dónde podría encontrar a las voces que sólo dejaron de hablar una tarde? Ella no tiene respuestas, sólo camina.
Al primero de ellos no fue difícil encontrarlo porque los pasos la llevaron directo a él. Se lo encontró como si ella hubiese sabido que él estaría ahí desde siempre, sin dudas. Él no la miró, sólo pasó un poco de largo, pero eso no impidió que ella lo siguiera, hasta alcanzarle y darle ese tiro en la cabeza que lo dejó sin vida en tres segundos, tirado en la banqueta, boca abajo, flotando en un charco de sangre negra y caliente que regada en el pavimento se confundía dejando ver sólo una nubecilla de vapor que se perdía en la noche…
~*~
Caminar y caminar… no está muy segura de cuanto tiempo le tomó encontrar al segundo. Pudieron haber sido días enteros, semanas… pero la oscuridad no la abandonó en momento alguno. Ella caminaba, sola, por las calles solas y húmedas, frías.
Caminar y caminar… cuando se dio cuenta se encontraba en el lindero de un bosque… que extrañamente le pareció familiar. Dio los primeros pasos dentro de él y se dio cuenta de que estaba descalza. Sus pies estaban sucios. Recorrió algunas partes del bosque, siempre esperando encontrarlo… o no. Vagó indefinidamente por aquella oscuridad arbórea y húmeda que exaltaba sus sentidos como los de una fiera a punto de encontrar alimento, respiraba aceleradamente, miraba alerta a su alrededor… el bosque le llama…
De pronto, pudo verle agazapado detrás de un arbusto. No dormido, ni despierto, sino justo en medio de cualquier estado normal y comprensible. Se acercó con cierta cautela, midiendo cada uno de sus movimientos y pasos, no quería asustarlo y perderlo en la oscuridad… era importante poder…
Él no se movía, tan sólo la veía con esa mirada extrañamente vacía y sin sentido. Ella no comprendió cómo alguien que decía todas las cosas verdaderas de la vida y el mundo podía tener esa vacua mirada… le sonrió, pero él no hizo nada.
Ella ahora dudaba si debía terminar su trabajo o no. Él tan inofensivo ¿qué daño podría hacerme? Simplemente tengo su silencio… Decidió marcharse…
Justo cuando giró sobre sí misma para regresar a casa, él se levantó rápidamente, la rodeó efusivamente con sus brazos e impidió que ella se moviera. La estaba sofocando, lastimando, casi matando, pero ella no quería moverse. Él la arrastró hacia un lugar todavía más oscuro que el mismo bosque, la obligó a quedarse, a recostarse junto a él, a no moverse. Ella sabía que no debía hacerlo, pero no sabe durante cuanto tiempo estuvo sólo así, inmóvil, agazapada junto a él en la cueva.
Hasta que un día entró por la boca de la cueva un sonido casi imperceptible que hizo que ella saliera del estado inanimado en el que se encontraba. Era casi un murmullo, pero le resultaba familiar. Muy lentamente se desprendió de aquel abrazo que la mantenía pegada a él, se levantó y comenzó a salir tocando todo con sus manos y sus pies descalzos para no tropezar en la oscuridad a la que sus ojos no pudieron acostumbrarse lo suficiente para ver algo. Cuando casi alcanzaba la salida escuchó unos pasos rápidos y ligeros detrás de ella…
…contuvo la respiración… lo sabía… esperó a que se acercara un poco más… y justo cuando él casi brinca para volver a abrazarle… ella giró…
…disparó de nuevo… acertando en el centro del pecho…
Él cayó pesadamente, sin producir otro sonido que el de su cuerpo golpeando la tierra y las piedras del suelo. No hubo llanto, ni lamentos, ni gritos… el estruendo de la bala saliendo por el cañón de la pistola resonaba en la cueva… ella corrió fuera.
El murmullo se convertía ahora en una voz con sonido claro y contundente, caminó buscándola, siguió así toda la noche –o el oscuro día– y justo cuando comenzaba a darse por vencida llegó a ese tranquilo lago… oscuro lago.
La voz la llevó a la orilla… ella se hincó para poder ver mejor… y sólo pudo ver su reflejo que la llamaba insistentemente…