Todas las noches, M escribe un mensaje. Con sumo cuidado enrolla el pedacito de papel, lo mete en la diminuta bala plateada, lo ata a la patita de la paloma mensajera y lo manda a su destino. Todas las noches, ella piensa qué escribir y con mucho cuidado elige las palabras correctas, ideales, perfectas que luego ensarta una a una en la hoja de papel con el finísimo hilo rojo dejado por la pluma. Piensa, sueña… dialoga a solas.
Cada noche…
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Del otro lado del mundo, cada mañana M recibe en su ventana a la paloma mensajera que ha volado una larga distancia. Con un gran cuidado la guarda en el palomar, le da agua y semillas y retira de la patita la diminuta bala plateada que con mucho cuidado ha sido atada. La abre y desenrolla la hoja de papel cubierta de palabras ensartadas con hilo rojo. Sentado a los pies de su cama va separando cada palabra cuidadosamente, poniendo sumo cuidado en entender lo que dicen porque sabe que han sido escogidas con esmero en el otro lado del mundo. Las huele, las saborea, las mira, las escucha… M lee lo que M dice y luego de releer el largo collar de palabras, lo cuelga en el clóset, en ese espacio especial que ha preparado con clavos en la pared.
M toma una pluma azul y ensarta nuevas palabras en la hoja de papel, una a una y con cuidado, tomándose todo el tiempo. Antes que acabe la mañana, M ha logrado formar una diadema de palabras plateadas e hilos azules para M. Con mucho cuidado enrolla la hoja de papel, la guarda en la diminuta bala plateada que ata a la patita de la paloma que vuela luego de haber descansado hasta el otro lado del mundo.
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M escribe a M un nuevo collar dorado, al que M responde con una gargantilla plateada, todas las noches, con cuidado…