I. El piso XIV

Luego de abrir los ojos, sabe que no durmió bien durante toda la noche. Gira para esconder la cara entre la almohada, en realidad no quiere levantarse, no cree que haya alguna razón para hacerlo, pero hay muchas cosas que hacer porque que es un día ajetreado –en realidad, uno como cualquier otro–. Al sentarse sobre la cama y cuando se talla los ojos para lograr abrirlos un poco más, se da cuenta que le duelen; seguro volví a llorar dormida o es porque estoy cansada.

El día es gris, plano, como parece que ha sido siempre –ha llovido, eternamente, durante meses–. Fatigada por la noche en vela camina lentamente hasta el baño, abre la regadera, se desnuda y se mete al agua. Antes eso resultaba placentero, ahora todo es gris y plano como los días de lluvia. ¿Nada cambia? Estoy cansada. Se talla los pies llevada por esa obsesión extraña que le heredó su madre por lavarlos bien. Cierra las llaves, toma su toalla, sale del baño.

Todo es plano, aburrido, gris, frío, húmedo. Se arregla sin prisa y no muy lento, se pone uno de esos trajes del mismo color del día, se hace un chongo con el cabello rojo y siempre húmedo como los días que transcurren, toma un vaso con leche, sale a la calle. Siempre igual, todo es igual…

Trabaja, rodeada de gente que se ve igual a ella, que se viste igual a ella, que habla como ella. La llaman por su nombre, que extrañamente en ese lugar suena igual a los demás nombres; podrían llamar a cualquier otro sujeto que trabajara ahí y daría lo mismo; que no me llamen, da igual quien lo haga.

Ella recuerda que en otro tiempo su piel no era gris como el día, ni su ropa tampoco, ni su cabello permanecía húmedo hasta la noche. Ella cree que recuerda días soleados, vestidos de flores y nubes blancas sobre cielos azules. Recuerda girasoles. Recuerda una pelota roja y un helado de limón. Recuerda hablar con niños extraños en el parque cercano a su casa.

Es la hora del cigarrillo. Se dirige junto con varios que se parecen a ella hacia el balcón del décimo cuarto piso del rascacielos en el que se encuentra, que es exactamente igual que todos los demás pisos de todos los demás rascacielos de esa ciudad. Hace frío, pero ella ya parece estar acostumbrada. Podemos ir a tomar una cerveza en la noche, balbucea el hombre gris que se encuentra parado a unos pasos frente a ella; no le responde, sólo voltea la mirada. Está recargada en la baranda de vidrio que la separa del vacío

…gira

…mira el cielo gris una vez más

…cierra los ojos

…ahora sólo siente el aire frío y húmedo golpeando su cara, segundos antes de llegar al suelo.