Hubo un día en el que nos volvimos pájaros. Todo ocurrió la noche de las burbujas, donde millones de ellas salían de los pozos aquellos que se encuentran en el valle al norte de la ciudad.
Como cada año, todos los habitantes de la ciudad subimos al valle para ver y escuchar como millones de burbujas fosforescentes brotaban a la superficie y se alejaban volando, llevadas por el aire nocturno de la primavera joven. La noche de ese año fue un poco más cálida de lo acostumbrado y gracias a eso se estaba muy bien sin abrigo. Madre había llevado una canasta llena de comida, creo que siempre le gustó cocinar especialmente para ese evento. Padre siempre se ponía contento durante todo el día y Hermano cantaba gustoso y tocaba su pequeño violín mientras esperaba la llegada de la noche. Era como si las burbujas trajeran consigo una alegría incontenible, de esa que te llena y se desborda por tus ojos.
Sentada en el pasto húmedo, yo miraba las burbujas flotar. Me gustaban mucho los colores que eran variadísimos. Cada burbuja podía contener todos los colores imaginables pero lo más hermoso de todo era que brillaban con luz propia. De alguna manera, la luz de las burbujas no estaba contenida dentro de ellas; la luz daba forma a las burbujas al tiempo que las hacía brillar coloreadas. Conforme más alto volaban, más brillaban y poco a poco se confundían con las estrellas. La noche de las burbujas siempre ocurría la primera luna nueva de la primavera y siempre pensé que tal vez se debía a que las burbujas buscaban escapar de la luz de la luna para poder brillar sin ser opacadas ya que la luna misma me parece una burbuja gigante que flota en el cielo nocturno.
¿A dónde se irán todas las burbujas? me preguntaba todos los años. Los habitantes de la ciudad creían que cada una iba a parar a un mundo nuevo diferente y creían que eso era lo que los llenaba de vida, pero yo pensaba que tal vez sólo vagaban por el espacio hasta desaparecer, dejando que la luz que las formaba se esparciera por el universo. Polvo de estrellas; luz de burbujas.
Contemplando el espectáculo fue cuando ocurrió. En la parte Este de la ciudad habitaba un matrimonio que tuvo una hija cinco años antes. La niña era conocida por todos en la pequeña ciudad porque tenía una característica peculiar: sus ojos no tenían un color definido. Algunos días eran azules, otros eran cafés. Muchos aseguraban que el color era gris y otros tantos coincidían en que eran verdes. La primera vez que la vi, me pareció que eran de un púrpura muy oscuro, pero no puedo asegurarlo. Los ojos de la niña eran famosos y ella también. Resultaba ser una niña muy callada, de hecho, nunca le escuché pronunciar una palabra. Pero eso no era importante. Sus ojos eran importantes.
Era una costumbre que todos admiráramos a las burbujas un tanto alejados de los pozos. Hasta esa noche supe el porqué, pero creo que en general nadie lo sabía. Era sólo una costumbre que se había respetado durante cientos y cientos de años. Nadie, nunca, se había acercado a las burbujas o a los pozos, nunca nadie había siquiera tocado alguna burbuja; eso era algo que resultaba inconcebible, nadie lo pensaba.
De pronto la vi correr. Corría de un pozo a otro, asomando la cabeza en cada uno. Su madre gritaba a lo lejos, pero no se atrevía a ir detrás de ella y su padre estaba clavado en el terreno siendo presa del enojo. La niña de los ojos caleidoscopio iba de un lugar a otro, corriendo sin detenerse mucho y no parecía asustada. Su rostro se veía sereno y me pareció, cuando se detuvo en el pozo más cercano a mí que casi sonreía. De pronto, luego de correr un largo rato frente a los ojos estupefactos de la población, se detuvo justo en el centro del pequeño valle…
…caminó pausadamente hacia el pozo cercano
…asomó la pequeña cabeza para mirar dentro
…y saltó al interior.
En ese momento, su madre contuvo un último grito. Su padre dio un paso adelante y luego se detuvo. Todos los demás mirábamos. Nadie pronunció palabra alguna. Por un momento, todo se detuvo. Todos dejamos de respirar, el mundo quedó en silencio, el aire dejó de moverse. Todo, excepto las burbujas, se puso en pausa.
Repentinamente, del pozo al que había brincado la niña salió volando un pájaro tan grande como la niña misma. Salió disparado como una flecha y rodeado de una cantidad enorme de burbujas. Fue como si el pozo hubiese sido destapado y una enorme presión hubiera sido liberada. Volaron, el pájaro y las burbujas, hacia el espacio.
Uno a uno, todos comenzamos primero a caminar hacia los pozos, luego a correr. Me invadió una necesidad incontenible de correr entre las burbujas. Corrí y corrí, al igual que la niña, de un pozo a otro. Asomaba la cabeza para mirar y sólo podía ver un largo agujero sin fondo iluminado por la luz de las burbujas fosforescentes. Me detuve por fin junto a uno de ellos porque escuché mi nombre salir de él. Recuerdo que era una voz sin sonido, parecida a una voz dentro de mi mente, pero que salía desde lo más profundo del pozo. Entonces sentí unas ganas inimaginables de saltar y lo hice. Caí durante unos segundos cabeza abajo y de pronto comencé a flotar.
Las burbujas estaban adheridas a mi cuerpo como pequeñas pelusas, sosteniéndome en el vacío e iluminando cada vez más las paredes del pozo y a mí misma. Una de ellas flotó extrañamente a mi alrededor hasta quedar frente a mi nariz, pude contemplar entonces los hermosos colores de cerca y me di cuenta de que en realidad eran diminutos puntos de luz moviéndose en la superficie de la burbuja, como si fuesen seres con vida propia. La burbuja comenzó entonces a emitir un sonido parecido al de una flauta transversa, o eso fue el único sonido que logré recordar en ese momento. Cambiaba de tono paulatinamente, sin prisa y constante, como si la flauta estuviese alimentada por una fuente de aire que no para nunca. Yo miraba y escuchaba, sin moverme.
De pronto, la burbuja se acercó más y más a mi cara hasta que rozó mis labios. Sin pensarlo, abrí la boca y la dejé entrar. Sentí como si me hubiese pedido permiso para hacerlo y lo hice sin dudar. Fue entonces cuando el cambio ocurrió. Noté que millones de plumas brotaban en mi piel, plumas de colores, como los de los puntos luminosos de las burbujas. Mis brazos se convirtieron en alas y mis pies en patas. Mi cuello se extendió hacia adelante, mi nariz se convirtió en un pico y las burbujas se apagaron un segundo. Cuando se encendieron, enseguida sentí que una fuerza incontenible me expulsaba hacia el exterior. Salí despedida por el aire rodeada de millones de burbujas.
Volé, sintiendo como el aire cálido de esa última primavera joven me rodeaba por completo y por primera vez en mi existencia comprendí que siempre he sido libre.